La cuestión es que, un día primaveral de 2012, leí un post de Scott Exposito —crítico norteamericano— sobre la novela y la compré, porque Exposito no defrauda nunca. Principalmente la leí en varias sesiones playeras sucesivas en las que fui quemándome piernas, brazos y cuello a medida que el sol iba trazando su acostumbrado arco en el cielo.
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